I only belive in god when I´m listening to Charlie Parker



Encuentro en el océano virtual un video de John Coltrane y un comentario al mismo que dice “I only believe in god when I'm listening to coltrane ” La música que nace directamente del alma, de su humedad y su sufrimiento, de su padecer es tan auténtica, tan verdadera, tan dueña de sí misma que abre los poros de los oídos más duros y los ojos de los ciegos más ciegos, la música que nace de la pasión, la que no se puede medir ni programar, la que sólo unos pocos hacen para guiar a unos muchos abre caminos, regiones del ser que las palabras no pueden soñar atrapar.
Abre el baúl del soñar sin palabras, la ebriedad involuntaria de la vida: Sólo creo en Dios, cuando estoy escuchando a Charlie Parker y asomo la cabeza, esta cabeza atormentada por la ventana que permite ver el neblinoso mundo de los que crean y creen, de los artistas, sólo creo en Dios cuando soy Dios. Cuando mi alma de joven incauto se abre a lo posible con las melodías inspiradas de los poetas y los músicos y creo el mundo para vivirlo con la originalidad y la ingenuidad de un niño, de un Dios que juega en la orilla del mundo.
El gran error de los que quieren enseñar filosofía a los niños es, sin duda, creer que ellos son los que van a enseñar la sabiduría
La felicidad del ignorante es muy atrevida

Todavía

Todavía hay alguien que se sorprende en el interior de las tripas de la ciudad. Todavía hay alguien que se estremece al viajar por el vientre oscuro de una ciudad cualquiera y olvida hablar de tren o de metro para referirse a todos los millones de gusanos luminosos que todos los días y a todas las horas surcan el mar antiguo del estómago del mundo. Todavía hay quien no cierra los ojos, no duerme, no se deja invadir por el hastío habitual del vagón. Todavía hay viajeros alegres que ríen y bailan y se saben disfrutar de la magia de un viaje intersticial. Todavía hay niños y poetas entre los viajeros de este gusano mágico. Todavía hay tranvías alegres en el mundo que bailan en las calles escarpadas o huyen por las cuevas de antiguos animales. Todavía (el eufemismo más burdo de la esperanza)

Lisboa, 8 de Noviembre de 2007

(publicado en Cuaderno alfacinha)

Otra vida comienza en un teatro nuevo. Calles, plazas y personajes salen a una nueva escena de un recién llegado. Me dispongo a penetrar en el alma portuguesa a través de las callejuelas de Lisboa, de sus gentes y sus sueños, todo ello monumento incuestionable a la Nostalgia. El mundo comienza de nuevo, he vuelto a nacer y a encontrarme desnudo ante lo nuevo, este otro mundo de los otros. Me dispongo a empaparme de toda esta madeja de vida. Acabo de nacer y siento con enorme sensibilidad el roce de todas estas esquinas nuevas. Me abrazo a Fernando para desmenuzar las entrañas de su alma con mis manos y ver dentro de todas ellas el misterio del mundo y de todos los mundos. Ya no se puede volver atrás. Acabo de llegar a otra vida, la vida de los otros, que es también la mía.

Lisboa, 4 de Noviembre de 2007


(publicado en Cuaderno alfacinha)

No hay nada como ver las letras de un escritor. Ellas, a diferencia de las guillotinadoras igualitarias de los libros, dan mucha más información de aquél animal que intentó devorar la cruda realidad, que escribió en un instante dado con toda la pasión desmedida de una vivencia., con toda la fuerza tierna de una palabra enquistada. Sobre las letras aún quedan resto de su soplo vital. Los libros de letras serias ya no pueden decir nada.

(publicado en Cuaderno alfacinha)
Más vale ser niño que comprender el mundo
Fernando Pessoa

Llegó un día, un momento, un preciso instante de un día cualquiera, después de comer, creo, llegó un minuto, decía, en que todos los sesudos filósofos de este y otros mundos se cayeron del caballo. De esos caballos de los que Unamuno llamaba hidalgos de la Razón, caballos que nunca he visto pero supongo fuertes, apolíneos, serenos y tercos... Llegó un día en que todos esos hidalgos que creyeron por varios instantes en la coherencia del vivir y del mundo, cayeron del caballo con más dolor aún que el propio Pablo de Tarso. Llegó un momento en que los yoqueis de todo el mundo, después de comer, aún con la tortilla bailando en sus estómagos se cayeron a la vez del caballo para subirse, una semana más tarde, sin prisa pero sin pausa en el caballito de cartón que habían abandonado de niños.
La sangre hermafrodita de tus versos ya no gotea en mi pecho abierto.
Ya no puedo verte.
Hasta siempre

No saben con quién se la juegan

En el país de la burocracia se habla portugués. Tratar de hacer algo por el cauce administrativo es caer en el tedio de una espera densa de incertidumbre. Hay, definitivamente dos países en Portugal, el oficial, de impresos (hasta para pedir la llave de una taquilla) y el que grita en las fondas y calles y no conoce horarios ni plazos o impresos. Entre ellos me encuentro yo, viéndome obligado a brincar entre lo oficial y lo profano, entre la corrección de formas y la amistad certera. Salto entre la cara amigable y la seriedad administrativa de este pueblo de atlánticas costumbres que incluso cantando celebra la alegría de su tristeza. Hay dos países en Portugal, el de los funcionarios y políticos y el de los poetas, los primeros piensan en cómo podría ser el país, los segundos devoran sin pensar, llevan el pálpito almático de la tragedia lusa en su decir sin traba ni fórmula. Hay dos países en Portugal, el de los que escriben formularios y el de los que escriben poemas.
Bajo la piel áspera de la burocracia se asoma la alegría poética de la espontaneidad. En esa espontaneidad que salta desde dentro de las almas contra lo impuesto reconozco el espíritu ibérico, el español que no se puede ni quiere, ni sabe callar. Caminar fuera de lo establecido en los plazos y los formularios es ser participe de un western, de un crimen planeado contra la formalidad y el papeleo, a medio camino entre la seriedad y la comedia policial.
La burocracia es la más antigua de las mordazas de la libertad, incluyendo la poética. Por eso los poetas nunca pueden asimilar el traje del político porque en este siempre va implícito el almidón de la burocracia, una rigidez la de no poder acomodar la realidad y el deseo con la que nunca han podido sentirse cómodos. No puede el poeta sentirse cómo delante de un formulario porque su única fórmula es la no metida ni procesada, la espontaneidad almática.
La rigidez seria de un hombre encorbatado que tras un mostrador, detrás de una ventanilla hace imposible el deseo porque simplemente no se puede, el poder y el querer separados duelen en la piel sensible del viejo animal poético como un arpón envenenado, impregnando del veneno terrible del deseo. El formulario es la negación del ensueño, del instinto, es la muerte del instinto animal y la celebración del método y la mesura. Los políticos, prestidigitadores de la palabra, antiguos sofistas venden apariencia de poder asimilar lo que se quiere con lo que se puede pero todo ello al final de un tortuoso camino de esperas y trabas, de una carrera de vallas rígidas y altivas. En la espera burocrática el poeta muere, pierde el tiempo y siempre hay más arte que tiempo como acabo de leer a Don Miguel de Unamuno.
Por eso ya no podemos ver al poeta en el escaño, en el patio del parlamento porque el tedio insípido, la espera eterna a hacer posible lo deseado va en contra de su propia esencia de fuerza que brinca sin dominio, ni reglas. La ley y los poetas nunca se llevaron bien, la poesía consiste en olvidar todas las reglas.
La espera eterna a hacer posible lo deseado mata su apetito de eternidad perenne, de deseo satisfecho con la irremediable inmediatez de un hambre canina, con la misma inmediatez con la que el viejo tigre del circo de provincias engulle la pieza de carne fresca. El poeta no puede esperar y su deseo tampoco. El funcionario nunca lo comprendió, al funcionario le pagan por esperar y al poeta no le pagan, pero si alguien lo hiciera sería por no esperar al tiempo, sino por matarlo, por desollarlo, por matar todos los relojes, por columpiarse en los instantes, por imponer, para decirlo con Juan Ramón, la eternidad a la vida, por olvidar la espera, por olvidar los recuerdos, por no saber recordar, por olvidar el pasado y el presente, por quemar los formularios y los mañana... Ahora comprendo las estadísticas de homicidios de funcionarios: siempre son poetas los que acaban con ellos: No saben con quién se la juegan.

(publicado en Cuaderno alfacinha)
En la casa del poeta aún se conserva el viejo aroma del misterio. Del misterio amable de lo que pudo ser la hura de esta comadreja poética. El poeta es sin duda un domesticador de espacios. Un caracol que siempre lleva su concha a cuestas dejando un ancho reguero de saliva por las calles, de sudor y excitación ante la novedad de cada pequeña brizna de ser, de cada nueva fachada azulejada, de cada rostro de muchacha que sonríe tras una esquina o del irrepetible puzzle nuevo de cada vagón repleto de un tren populoso. El poeta siempre viaja con su concha a cuestas y cuando está ya demasiado herido por la novedad del mundo y su piel erizada duele ante un imaginar indomable se recoge en su madriguera a escribir en el aire o la tierra toda su ensimismada experiencia, todo su mundo interior que explica la novedad metafísica que encontró en el húmedo reguero de su camino. Sólo desde la acogedora soledad de la concha, de su concha concreta puede el poeta sentir el agridulce sabor de una lúcida soledad que vive e imagina el mundo entero a medio camino entre la concha y el camino.

(publicado en Cuaderno alfacinha)