Nadie lo dice nunca
-cosas así nunca se cuentan-
pero esos chopos sin peluca
que observas tras la ventana
en fila religiosa, con manía
de rectitud de infantil escuela
son claros vestigios de aquella
noche oscura.
Esos desnudos chopos enfilados
provistos de ramas firmes y tercas
que miran las nubes y los nudos
de los dioses y las ideas
como gruesas manos abiertas
son, claramente, las antiguas 
perchas de los primeros dinosaurios.
