Para que yo me llame Ángel González, 
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
[...]
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...
Ángel González
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
[...]
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...
Ángel González
Para que yo lea a Ángel González
para que mis ojos se emborrachen
de sus versos húmedos, fértiles
como helechos paridos en raíces
de secos días o árboles
fue necesario un torrente
de hombres y animales
que bailando ritmos de serpiente
engendraran casi sin querer
pieles y huesos y más pieles
donde estar y también nacer
versos y pieles donde beber
y besar con tinta andamiajes
de palabras y lenguas.
Para que yo lea a Ángel González
fue necesaria una primera boca
abierta al alimento extraño del ayer
a la primera mañana desnuda
Un primer gruñido articulado
bailando entre miradas extraviadas
buscando recipientes en las cosas:
palabras refugiándose del frío.
Para que yo lea a Ángel González
fue necesario un río
de jugos naturales,
un incesante optimismo
quizá camuflado en el aire
la brisa, el agua o el viento
una colección de tristes
fracasos también llamados
hombres
que renuncian a morir antes
del tiempo preciso y ofrecen
sus palabras como sables
contra el fracaso de los hombres:
Una colección de fracasos tercos
que algunos llaman poetas.
