o de las verdades intuitivas de los ángeles-mujer
Uno se embarca hacia tierras lejanas, o busca el conocimiento de hombres, o indaga la naturaleza, o busca a Dios; después se advierte que el fantasma que se perseguía era Unomismo.
Ernesto Sábato
Ernesto Sábato
I. EL RE-DES-CUBRIMIENTO
Nos cuentan filósofos, científicos y otros apellidos de hombres, que descubrir, como bien dice la palabra, es desvelar, quitar el velo, la manta, la corteza que recubre un algo ignorado. Yo siempre estuve de acuerdo; se pueden descubrir libros, conceptos, incluso hombres nuevos que aportan la mirada sabia o simplemente pícara de un momento dado o una página escrita. Yo, desde una humildad exquisita, quiero enseñarles, mostrarles queridos compañeros de barca que esta idea es por lo general certera -pero mucho más que certera- en el descubrimiento concreto de la vida en sus adentros uterinos, en la ventana al mundo de tierra y piel: en el descubrimiento de la mujer.
El descubrimiento de la mujer empieza, sin embargo, antes del nacimiento, pues el feto, el hombre menudo, ya abraza la vida en el interior de su madre, ya sueña abrazos cálidos en camas u otros accidentes geográficos. Por tanto la vida empieza, nace, en la mujer, pero –como todos antes o después sabemos- renace, se rehoga de nuevo en ella, en el camino de la vida. Hablo de las mujeres morenas, rubias, pelirrojas, de muslos lechosos ,de pechos caprichosos... de todas, de las mujeres que nos re-vuelven a dar la vida en un momento concreto de re-des-cubrimiento; hablo, señoras y señores de lo que siempre llamaron amor y quizá no pueda decirse aunque si pensarse.
Es en ese re-des-cubrimiento de ellas donde vuelve la vida certera, donde se descubre –nunca mejor dicho- una mujer bajo una sábana caliente y tus ojos, tu piel y todos tus artilugios piensan el mundo de otra manera nueva, piensan el mundo desde un nuevo niño –asombrado, asombrante, en la sombra cómplice- que ya sabe todo lo que tiene que saber para empezar a ser un hombre sin dejar de ser ese pequeño asombrado que pregunta por qué en todas las esquinas de su mundo.
II. LAS CADERAS SAGRADAS DE LOS ÁNGELES
Nos hablaron de los ángeles como pequeños cuerpos rosáceos con alas de algodón, que aparecían retratados como guardaespaldas de época. Nunca nos dijeron que los ángeles fueron y serán las mujeres de alas plegadas que acompañan y re-descubren a uno los caminos de la vida; las guías que acompañan por la vida a reyes y mendigos.
Siempre fueron escondidos, sobre todo por los primeros curas rechonchos que crearon, quizá inconscientemente como fruto de un paradójico misticismo, un mundo sagrado partiendo de sus carnales revelaciones envueltas en caderas sagradas.
Quisieron negar su dependencia de ese asir clandestino y nocturno, de asir las curvas reveladoras de los ángeles de piel suave; de las sagradas mujeres siempre presentes. Se hundieron en la doble moral plomiza olvidando el origen sagrado de estas revelaciones femeninas. Tirotearon sus alas en medio de las noches cómplices.
El que olvida el origen de lo sagrado, sesgando sus alas, olvidando lo reverenciable de su verdad de piel sincera está condenado a la muerte lenta por el tribunal certero del paso imparable de todo lo que pasa, del tiempo.
Muere para ellos la magia de la vida palpable y sus animales; las angelicales caderas se vuelven piedras y su pelo cepillos viejos. Volvamos, animales todos, al origen de lo sagrado, volvamos a la reverencia diaria de las caderas sagradas de los ángeles.
III. EL OMBLIGO DEL MUNDO
Intentaron explicar la estructura, las formas de la corteza terrestre, mediante precisos informes geológicos; pretendieron - quizá sin saber muy bien cómo- explicar los desniveles del mundo, los balanceos terrestres: las montañas, los valles y otros accidentes –desde la ingenuidad o mito que es encontrar explicación a todo lo habido y por haber-
Nunca nos dijeron, nos hablaron de la esencia, de la primera causa de estos desniveles, de los montes, las mesetas, los mares, los ríos...
Olvidaron los científicos, abstraídos de la vida, que fueron los antiguos hombres del primer amanecer los que movilizaron animales e imaginación para levantar lo que hoy llamamos montañas, para formar las actuales mesetas y valles, para construir las carreteras de los ríos.
Todo empezó cuando los citados primeros inquilinos para evadirse de las primeras guerras, ya teñidas de sangre inocente, sacralizaron curvas y prominencias femeninas y decidieron plasmarlas en la entonces rasa materia existente.
Las elevadas prominencias servirían para situar a pequeños pueblos que buscaban almohadas, al modo de un hombre los pechos reconfortantes de la mujer-madre. Quizá los ríos nacían de estos pezones-pueblo camino de nuevos hombres sedientos de una esperada esencia femenina.
Además en esas mesetas y valles pensaron construir y construyeron pozos y palomares, pequeños ombligos en la meseta de la vida; allí palomas y cantos de pastores susurraban ese ombligo: Era éste el soplido del hombre al ombligo seductor de la vida, de la mujer-mundo.
IV. EL VIENTO Y SUS MELENAS
Queda muy lejos, queridos amigos, la física, de poder explicar los soplos y estornudos de aire que recorren el mundo y sus recovecos más inhóspitos. Como ya saben estas verdades intuitivas no se enseñan en la escuela, no puede fotografiarlas las matemáticas; sólo pueden vivirse como un pellizco certero, como un susurro inclasificable.
Los primeros hombres bailaban en grupo, bien agarrados, mientras contemplaban los bailes de las diosas-mujer. Bailes de extrema sensualidad. Este movimiento rítmico, de varias caderas y delirios circulares provocaba un hechizo denso que plastificaba el aire primitivo.
Era un baile hechizantemente curvado de varias mujeres curvas. Este movimiento rítmico -hermano fraterno de otros ritmos amatorios- provocaba a la par, el encrespamiento al espacio de las melenas femeninas, factor que contribuiría, si aún cabe más, a ese hechizamiento de los primeros hombres.
Las desnudas melenas bailaban ante esos hombres de bocas abiertas como cuevas. Estos, después del encantamiento, promovieron la construcción de un gran fuelle, un gran artefacto que pudiera esponjar aún más las melenas sagradas.
Desde entonces, cuando los vientos soplan provenientes de océanos o cordilleras, los más viejos comentan melancólicos que ha despertado el fuelle del hechizo; un hombre embelesado acciona el fuelle de los viejos tiempos; una melena sagrada se eleva durante el baile de un particular ritmo amatorio.