Hoy, en el interior de una tasca lisboeta he pensado al ver el trajín de una cocinera y de unos hambrientos comensales: la literatura es un cocinar, es acudir a la cocina del mundo. El poeta, y sus varios estómagos trituran lo aparentemente real, cocinan en el interior de su alma el mundo y sus briznas aéreas y terrestres para después devolverlas en palabras porosas con nuevas alas. Éstas, en los labios y los ojos de los hambrientos alimentan tanto como el pan y en ocasiones embriagan más que el vino.